Esos papeles no son papeles, sino la vida de hombres, de provincias, de pueblos (Jules Michelet)


domingo, 25 de abril de 2010

Varela reescribe la Historia

El topo lleva una temporada sin levantar cabeza, sin poder asomarse a la luz del día, completamente absorbido por su tarea subterránea. Oye ruidos que vienen del exterior, pero no tiene tiempo que dedicarles.

Sin embargo, el estruendo que acaba de oir es tan atronador que se siente obligado a dejar por un momento sus túneles y sacar un poco el hocico para pegar un buen grito de protesta. Parece que el juez Varela, el inquisidor que instruye la causa contra Garzón por investigar los crímenes del franquismo, dice en el auto que los nacionales no tuvieron un plan sistemático y preconcebido de eliminación de sus enemigos. ¡Menos mal...! Si lo llegan a tener...

Como el topo no tiene ni paciencia ni tiempo, simplemente se limitará a recordarle al juez Varela parte de las declaraciones hechas por Gonzalo de Aguilera, oficial de prensa de Franco durante la guerra civil, a un periodista norteamericano:

"Son como animales, ¿sabe?, y no cabe esperar que se libren del virus del bolchevismo. Al fin y al cabo, ratas y piojos son los portadores de la peste. Ahora espero que comprenda usted qué es lo que entendemos por regeneración de España... Nuestro programa consiste... en exterminar un tercio de la población masculina de España. Con eso se limpiaría el país y nos desharíamos del proletariado. Además también es conveniente desde el punto de vista económico. No volverá a haber desempleo en España... ¿se da cuenta?".

No creo que sean necesarias grandes explicaciones adicionales. Vivimos en un país de mierda. Nuestras cunetas están sembradas de cadáveres y a quienes quieren saber dónde están sus familiares y amigos se les acusa de cainitas, de facciosos y de dividir España. Un país en el que Falange puede promover un proceso contra el juez que investiga los crímenes que cometió este partido durante la guerra y tras la misma. Un país que sigue mirándose el ombligo de la Transición sin querer ver que el niño nació muerto. Que no nos pase nada...

La verdad, un 25 de abril a uno le entran ganas de pedir la nacionalidad portuguesa. Grândola, vila morena...

martes, 8 de diciembre de 2009

España se humilla ante la dictadura marroquí

El Topo no es periodista. Le gusta creer que es historiador. Sin embargo, no siempre se puede esperar a que los acontecimientos se hagan historia. De hecho, cuando los periodistas no hacen su trabajo (o lo hacen demasiado bien porque son más fieles a quien les paga que a su oficio), a uno le apetece sustituirles. El caso de Aminatu Haidar no puede esperar. Es una persona a la que han expulsado de su casa y de su tierra y que corre un grave riesgo si no abandona la huelga de hambre que mantiene. El culpable de su situación es un tirano, Mohamed VI, al que normalmente no se ataca en los medios de comunicación porque están muy ocupados con los Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. Pero el papel protagonista de Marruecos no debe hacernos olvidar el indispensable rol de palanganero que está desempeñando el gobierno español en este asunto. De hecho, para nosotros es el punto clave de todo este vergonzoso asunto, porque es a nuestros gobernantes a quien podemos pedir explicaciones y exigir que asuman responsabilidades. Por eso al Topo hoy le apetece contar lo que sabe de buena tinta sobre este asunto y que los medios de comunicación parecen ignorar. O son muy torpes (porque el Topo no tiene nada de superagente secreto y sin embargo lo sabe) o son muy despreciables.

Cuando el dictador de Rabat decidió meter a Haidar sin pasaporte en un avión español con rumbo a Lanzarote, el piloto se negó a despegar con una persona indocumentada a bordo, como la lógica más elemental dicta. Sin embargo, terminó haciéndolo porque recibió una llamada del ministerio de Exteriores pidiéndole continuar ruta normalmente. Moratinos había sido informado previamente por su homólogo marroquí sobre lo que pensaban hacer con Haidar. Le dijo que sería cuestión de unos pocos días, para castigar a la activista por su insistencia en declarar proceder del Sáhara Occidental en lugar de Marruecos. Le dijo también que Lanzarote era un destino ideal porque tendría poca repercusión mediática. El señor Moratinos aceptó porque temía crear un conflicto con el vecino sureño, porque forma parte de un gobierno cobarde y porque pensó que el caso pasaría desapercibido y se solucionaría rápidamente. Pero Mohamed VI no sólo es un sátrapa, sino que además no tiene palabra. Esto deberían saberlo nuestros políticos ya. No tenía la menor intención de permitir el regreso de Haidar a corto plazo. Desde entonces, todo son evasivas y el gobierno español está, una vez más, haciendo el ridículo más espantoso. A los mamíferos de bien no nos importa en exceso el ridículo de una gente a la que ya antes no otorgábamos ningún crédito. Pero la injusticia, la mezquindad y la cobardía no nos resultan indiferentes. Sobre todo, nos preocupa que comprometan la vida de una persona que está acostumbrada a luchar y a sufrir por exigir sus derechos, pero que corre un grave riesgo de muerte si las cosas no cambian. El gobierno español es culpable de esto, como lo es de seguir ignorando el caso del Sáhara Occidental, que sus antecesores barrieron bajo la alfombra en 1975. Allí sigue desde entonces. Nadie en todo este tiempo ha querido hacer limpieza, tampoco en lo relativo a este asunto. Se nos acumula la mierda por doquier y los armarios rebosan cadáveres. Por eso este país apesta.

viernes, 4 de diciembre de 2009

En defensa de los derechos fundamentales en internet

Manifiesto “En defensa de los derechos fundamentales en internet”

Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que…

1.- Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión.

2.- La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial – un organismo dependiente del ministerio de Cultura -, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.

3.- La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.

4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.

5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.

6.- Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.

7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.

8.- Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.

9.- Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras.

10.- En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia.

Este manifiesto, elaborado de forma conjunta por varios autores, es de todos y de ninguno. Si quieres sumarte a él, difúndelo por Internet.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

De aquellos polvos vienen estas arenas de Tinduf

Hace semanas que Aminatou Haidar duerme en el suelo del aeropuerto de Lanzarote. Su caso es una consecuencia más de la fraudulenta transición a la democracia en España de la que hablaba hace días al cumplirse el aniversario de la muerte de Franco. Esta activista saharaui fue expulsada por Marruecos, que se niega a permitirle volver a su casa hasta que renuncie a sus convicciones, en particular el deseo de ver una república saharaui independiente. España es culpable de haber abandonado a los saharauis a su (mala) suerte en 1975 y ahora el actual gobierno del talante y otras zarandajas vuelve a actuar cobardemente haciéndole el caldo gordo a Rabat en vez de dar de una vez por todas un puñetazo sobre la mesa. Es lo mínimo que se puede pedir, porque a los saharauis les debemos no un puñetazo, sino toda una retahila de golpes, la que ellos coleccionan muy a su pesar desde hace casi cuarenta años.

No debe sorprender que la descolonización española resultara tan patética como la colonización, propias ambas de una potencia de cuarta fila que sólo accedió a una pequeña porción del pastel africano porque Francia e Inglaterra consideraron que era una buena solución para mantener el equilibrio entre ellas. Entramos por la puerta de atrás al vergonzoso negocio de la explotación de los pueblos extraeuropeos y salimos por el mismo sitio, dejándole las llaves del solar al vecino mamporrero y tiránico, para mayor escarnio de la población local.

Cuando en 1956 Marruecos accedió a su independencia comenzó, paradójicamente, a reclamar un pasado imperial tan bastardo como infundado que pretendía esgrimir para incorporar el Tinduf argelino, el Sáhara Occidental, Mauritania y parte de Malí. En realidad, este Gran Marruecos escondía los mismos afanes que habían llevado a los europeos a África: el acceso a los minerales y a la pesca, entre otros. A consecuencia de la agitación marroquí en la zona, en el año 58 la colonia se asimiló con el estatuto de provincia para mejor controlarla, mientras se iniciaba la explotación de los ricos yacimientos de fosfatos cerca de Dajla. Fosfatos de Bu Cra, empresa pública propiedad del INI, acometió inversiones importantes ignorando absolutamente la tendencia descolonizadora que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se imponía en el continente. Estas inversiones son una de las causas de la posición inmovilista de España, que retrasó la independencia hasta hacerla imposible. Dilatando el proceso de retirada española, se llegó a un momento en que ya prácticamente todo el continente era independiente de larga fecha. Así se sentaron las bases para que los vecinos, ya plenamente consolidados, vinieran a aprovecharse de la debilidad saharaui en 1975 para sustituir al ocupante español y apropiarse el país.

Con la muerte de Carrero en 1973 las posiciones más duras perdieron a su principal valedor y el gobierno de Arias Navarro empezó a soltar amarras, en especial desde que la Revolución de los Claveles portuguesa, motivada en buena parte por el hartazgo del ejército colonial portugués ante la cerrazón de la dictadura de Caetano, le metiera el miedo en el cuerpo. Arias puso sus barbas a remojar redactando un proyecto de Estatuto que reconocía que el Sáhara Occidental no era español sino un territorio administrado que podría eventualmente acceder a la independencia con un paso intermedio con entidades de gobierno autónomas. Pero la enfermedad de Franco, las presiones de Marruecos y el temor a la reacción de las petromonarquías árabes conservadoras en el contexto de la crisis del petróleo hicieron que el miedo triunfara y el Estatuto no se llegó a aprobar.

Todos los elementos del drama estaban ya configurados. Sólo faltaba el apoyo de Estados Unidos a las pretensiones expansionistas de Hassan II, algo que era previsible dado que el movimiento anticolonialista saharaui tenía tintes revolucionarios y, en cualquier caso, era sumamente democrático y avanzado política, social y culturalmente. Esto no interesaba a Washington, que preferia entregar el territorio a una monarquía teocrática, ultraconservadora y dócil a sus intereses, como era la marroquí. Sabedor de ese respaldo, Hassan II aprovechó la inestabilidad en España a causa de la enfermedad de Franco para lanzar el órdago de la Marcha Verde y ocupar un país en el que hoy sigue todavía haciendo presa su hijo y heredero. La Marcha Verde se gestó en un gabinete de Londres, con financiación saudita y norteamericana y bajo los auspicios de Henri Kissinger. El gobierno de Madrid consumó la tragedia de la forma vergonzante que cabía esperar de él: hizo creer a los saharauis que podría acceder a un traspaso de poderes semejante al ocurrido en Mozambique con el FRELIMO tras la Revolución de los Claveles, pero en realidad ya había decidido claudicar ante Marruecos y todo era una estrategia para mantener la calma hasta entonces.

Desde ese momento hasta hoy, asistimos al lamentable espectáculo de la laxitud de los gobiernos españoles en particular y europeos en general con la inaceptable ocupación marroquí del Sáhara. Ésta ha sido condenada en repetidas ocasiones por la ONU, que preconiza un referéndum de autodeterminación. Pero las resoluciones de las Naciones Unidas están ahí para usarlas a conveniencia, tergiversarlas o utilizarlas como disculpa para desencadenar guerras por intereses bastardos, nunca para hacerlas cumplir cuando las víctimas no tienen padrinos poderosos, sean palestinos o saharauis. La Unión Europea sigue negociando los recursos pesqueros del Sáhara con el ocupante sin ponerse colorada y nuestros gobiernos siguen riéndole las gracias al tirano de Rabat. El pueblo saharaui sigue, por su culpa, padeciendo la represión, la guerra y el exilio. Los gobiernos de Suárez no sólo callaron, sino que vendieron armas y adiestraron a militares marroquíes. El PSOE, que había vociferado contra la anexión marroquí presa del radicalismo exclusivamente estético y verbal del que hizo gala durante la transición, tardó en traicionar a los saharauis lo que le llevó llegar al gobierno. La actitud del ejecutivo de Zapatero es digna heredera de la pusilánime actuación de los de Felipe González.

Como consecuencia de todo esto, Haidar duerme en el suelo de un aeropuerto español y otros muchos miles lo hacen en campamentos de fortuna en el exilio de Tinduf, en el desierto argelino. Los españoles seguimos dormidos desde 1975, pensando que somos un país modélico con un sistema político perfecto salido de un proceso inmaculado llamado transición. Eso sí, nosotros dormimos sobre superficies más mullidas.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Todo empezó un 20-N. El Gatopardo ibérico

Hoy hace treinta y cuatro años que nos dejó Paca la Culona, el de la voz de tiple, el carnicero que declaraba sin rubor que quería una guerra civil larga para poder limpiar España de la mitad de su población. La parca fue la única manera de librarnos del suplicio. El dictador murió en la cama y hoy pagamos todavía las hipotecas de nuestra incapacidad para quitárnoslo de encima antes de que la muerte viniera en nuestro auxilio. Afortunadamente, España ha cambiado en estos años. Por ese motivo nos solemos mirar el ombligo complacidos, que es un deporte muy ibérico. La versión oficial de la Transición sacrosanta no es para menos: un proceso pacífico hacia la libertad, con unos dirigentes ímprobos, abnegados, lúcidos y conscientes, un modelo para otros países. Pero, ¿fue todo tan perfecto?

Subproductos periodísticos como la serie televisiva de Victoria Prego han extendido la idea de que la democracia la trajeron Adolfo Suárez, Calvo Sotelo, Martín Villa e incluso el Borbón desde sus coches oficiales y sus despachos del Movimiento, presos de un incontenible espíritu democrático. Un virus galopante, vamos. Hay que decir, en desagravio del gremio, que esta visión no es producto del amateurismo historiográfico de la directora de la serie, ya que muchos historiadores de profesión han contribuido --y siguen haciéndolo-- a la extensión de esta concepción tan curiosa pero que tanta fortuna ha hecho. Sin embargo, perdido el miedo de las primeras décadas por el recuerdo de las atrocidades de la represión de la posguerra, la oposición popular al régimen había ido creciendo y los desafíos abiertos al mismo también. El primero de relevancia, con trascendencia internacional, fue la huelga de los mineros asturianos en 1962. Por otra parte, las diferentes familias de que se componía la jaula de grillos del franquismo estaban ya afilando los cuchillos con vistas a la sucesión y había más de uno que pensaba que esto podía ser un peligro. Muerto el tahur que había sabido contrapesar a falangistas, carlistas, católicos, monárquicos y liberales, muchos temían que la disputa entre éstos entregara el país en bandeja a los comunistas, que parecían ser la única fuerza opositora de peso. No sólo en el interior del régimen había inquietudes, también la CIA temía que se reprodujera un movimiento como la Revolución de los Claveles portuguesa que terminara de desestabilizar el Sur de Europa en el contexto de la Guerra Fría.

Por eso hubo gente con mando en Washington y en Madrid que pensó que era mejor promover un proceso de cambio controlado. Estados Unidos llevaba mucho tiempo sosteniendo la dictadura española, al menos desde los acuerdos bilaterales de 1953, una vez que el impresentable pasado pro-nazifascista de España durante la Segunda Guerra Mundial y los masivos crímenes de la primera época del régimen se hubieron enfriado un poco. No es que a mediados de los setenta hicieran acto de contricción y quisieran reparar semejante latrocinio, sino que decidieron que sus intereses se salvaguardarían mejor de otra manera, evitando riesgos. No por gusto, no por propia voluntad, sino por miedo a la acción popular contra los eventuales epígonos del ferrolano. Al modo del Gatopardo de Lampedusa, cambiar la superficie para que nada cambie en el fondo. En España hay experiencia al respecto, porque no tenemos ni una mísera revolución liberal que echarnos a la boca e igual de ahí vienen parte de nuestros problemas. Como es sabido, la burguesía española del diecinueve no fue capaz de imponerse a la podrida nobleza del Antiguo Régimen como sucedió en otros sitios, sino que se alió con ésta en detrimento, una vez más, de los de abajo. Por eso Francia, sin ir más lejos, tiene un himno nacional más que digno y una tradición cívica que vale su peso en oro y nosotros tenemos que ir tirando con la Marcha de los Granaderos y una conciencia ciudadana del Diario de Patricia. Nada nuevo bajo el sol, por tanto.

Para promover un cambio controlado hacía falta tener los actores adecuados. Dentro del régimen no iba a resultar complicado encontrar personajes, aunque fueran de segunda fila como Suárez, dispuestos a adjudicarse los laureles de libertadores. Sin embargo, era necesario que, pilotado el proceso, existiera una fuerza opositora capaz de acceder al poder cuando fuera preciso y con un perfil moderado, para que la opción del PCE no fuera el primer recambio. Esa fuerza era el Partido Socialista, pero había un problema. El PSOE no existía en el interior del país y sus actividades se reducían prácticamente a cobrar cuotas y ejercer la solidaridad con los presos y represaliados. No representaba una oposición real, no era visible, porque su preocupación era no arriesgar las estructuras del partido y esto era incompatible con la lucha contra la dictadura por los riesgos que ésta conllevaba. Se imponía entonces una operación de barrido sociológico para convertir a la socialdemocracia en una fuerza respetable y con opciones reales. Para ello era imprescindible sangrar al PCE, que era quien había tenido una actividad real de oposición interior, con los peligros que esto tenía, y por tanto también la única fuerza con relevancia social real.

Esto explica que se financiaran las campañas del PSOE, como posteriormente ha reconocido Calvo Sotelo, con fondos reservados. El dinero afluía también generoso proveniente del SPD alemán y es probable que, de forma más o menos directa, de EE.UU. Así se comprende también por qué se puso en marcha una fuerte campaña mediática anticomunista. Finalmente, por eso se aprobó una ley electoral con el objetivo fundamental de marginar al PCE impidiendo que obtuviera una representación proporcional a su importancia social. Esto último no lo afirmo yo, sino que lo ha declarado lleno de orgullo Miguel Herrero de Miñón, uno de los diseñadores de tan magnífica herramienta. No hay empacho, sin embargo, en seguir titulando "padre de la democracia" a este individuo. Por cierto, que esa ley electoral tan democrática sigue vigente hoy en día, desvirtuando aún más los sufragios de los españoles. Así fue como personajes que durante el franquismo se habían dedicado al cabildeo y en ningún caso a la oposición efectiva, que no tenían escrúpulos en aceptar dinero de fondos públicos nacionales y posiblemente extranjeros, se convirtieron, por arte de birlibirloque, en campeones de la democracia y del progresismo. Felipe González es el máximo exponente. Él, que tuvo que inventarse un nombre de guerra (Isidoro) que nunca utilizó en realidad para hacerse pasar por un resistente que nunca fue.

Otro día trataremos de las pervivencias del franquismo. Porque el "cambiar algo para que nada cambie" lampedusiano no es una forma de hablar... No me extrañaría que el actual jefe de Estado durmiera con el brazo de Santa Teresa en la mesita, como hacía su antecesor y mentor.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Las cosas que cayeron desde 1989

Noviembre es un mes lleno de fechas históricas. El siete es el aniversario de la toma del palacio de invierno por los bolcheviques, el once el armisticio de la Primera Guerra Mundial. Entre ambas, el día nueve, empezamos a conmemorar un hecho histórico reciente pero de gran calado simbólico: la caída del Muro de Berlín, en 1989, tras casi tres décadas de existencia. Aquel día no sólo cayó un muro, sino que empezó a derrumbarse todo un bloque que había marcado medio siglo de historia.

No es el objeto de estas líneas analizar las causas del derrumbamiento de la URSS y sus aliados, tema tan complejo como interesante al que quizá en otro momento dedique algún comentario. Tampoco hacer ningún juicio sobre los regímenes del otro lado del telón. En cualquier caso, en los tiempos que corren, sí conviene aclarar que El Topo no es un nostálgico de lo que se dio en llamar socialismo real, aunque le reconozca algunos méritos. El estalinismo desvirtuó de forma significativa el sentido de la revolución y los países llamados del Este fueron, en la segunda mitad del siglo XX, un experimento estalinista.

En el Este de Europa hoy se goza de más libertad, aunque tampoco tanta como se nos quiere hacer creer. En cualquier caso, esa es una buena noticia. Sin embargo, si preguntamos por las condiciones de vida, el juicio no es tan unánime. Como diría aquel torero, hubo división de opiniones: unos se cagaron en mi padre y otros en mi madre. La percepción de muchos es que no han mejorado o incluso han ido a peor. Hay un número respetable de nuevos ricos que se hicieron de oro con las privatizaciones al más puro estilo mafioso, porque había mucha prisa por privatizar todo. También hay muchos más pobres que malviven. Los que se mantienen por encima del umbral de la miseria a duras penas son bastantes.

Sin embargo, lo que me interesa hoy es el otro lado del telón de acero, el nuestro. Desde principios de los noventa la participación de las rentas del trabajo en el PIB no ha hecho más que descender en favor de las rentas del capital y la precariedad laboral avanza con cada reforma que pactan patronales, gobiernos y unos sindicatos que, siendo generosos, vamos a calificar de tibios. Sumemos la privatización de servicios públicos y la mercantilización creciente de aspectos que hasta hace poco eran intocables: la educación, la sanidad... ¿Quién no está pensando en hacerse un plan de pensiones vistas las previsiones catastrofistas de nuestros dirigentes? Se ha dado vía libre a la economía especulativa, totalmente ajena a la economía real y productiva. Esta especulación es la causante de la actual crisis económica, que vamos a pagar los trabajadores por dos vías: con el paro que estamos ya sufriendo y con nuestros impuestos, que han servido para tapar los agujeros generados por la orgía de la banca. Porque eso sí, las empresas rentables se privatizan, pero las pérdidas se socializan siempre. En estos casos nadie saca el manual de liberalismo para afear la conducta.

Visto este panorama, sería lícito pensar si el envalentonamiento del salvajismo ultraliberal que padecemos no tiene alguna relación con la desaparición del miedo al comunismo. En consecuencia, cabe preguntarse también qué demonios pretenden hacernos celebrar el nueve de noviembre. No deberíamos permitir que nos escriban la historia de la Guerra Fría y su fin en la clave reduccionista de conquista de libertades. Sobre todo no debemos permitir que nos hagan creer que la Historia ha muerto, como dijo Fukuyama, porque vivimos en el mejor de los mundos posibles. A la Historia llevan queriendo matarla desde tiempos de Augusto y su Ara Pacis. Curiosamente, los historicidas son siempre los que están arriba en ese momento. ¿Para qué cambiar nada? Pero el viejo topo no se deja impresionar y sigue haciendo su trabajo. ¿Dónde quedaron el Imperio Romano y la sociedad antigua?

Las pequeñeces de la Historia

Lo propio hubiera sido empezar este blog en una fecha histórica. Perdí por pocos días la oportunidad del 11 de noviembre, aniversario del armisticio de la Primera Guerra Mundial, la de los diez millones de muertos. Es cierto que siempre hay efemérides disponibles. Hoy, por ejemplo, hace ochenta y nueve años del final de la guerra civil en Rusia, que se llama así aunque fuera tan civil como la española, con la Legión Cóndor y la infantería italiana. También hace ciento treinta y nueve de la elección de Amadeo de Saboya como rey por las Cortes españolas. En España somos así, capaces de permitir contradicciones como que nuestros parlamentarios elijan un rey, como si de un casting se tratara. Como si tuviera sentido votar a alguien para nunca más poder volver a opinar sobre él ni sus descendientes. ¿Raro, no? Pues en 1978 lo volvimos a hacer, esta vez con alguien visiblemente más resistente que Amadeo I.

En cualquier caso, sólo me queda conformarme: son acontecimientos históricos de segunda fila en comparación con el que sucedió a las once horas del once del once de mil novecientos dieciocho. Pero la historia también es así: uno se viste con la ropa de las solemnidades y resulta que lo que toca ese día es entrar por la puerta de servicio. No está mal tampoco, porque al fin y al cabo el oficio de historiador consiste en buena parte en buscar en la letra pequeña, en ir más allá de los titulares, en escrutar las pequeñas cosas (infinitamente más que la elección de un rey)... o las cosas que parecen pequeñas, que no es lo mismo.

Bienvenidos